The Walking Design: Los objetos muertos vivientes

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Cuando hablamos de un Zombie, usualmente nos referimos a ese ente del imaginario popular cuyo cuerpo carente de vida deambula por las calles de las ciudades provocando rechazo y repulsión en las personas que cohabitan con él.

El Zombie se entiende como el ‘muerto viviente’ cuyo cuerpo se encuentra en una especie de ‘vida vegetativa’ pero mantiene ciertas funciones involuntarias nerviosas de movilidad. Este ser es completamente indiferente ante su entorno y no responde ante las distintas condiciones que éste le presente. Los muertos vivientes permanecen en las ciudades en manadas que molestan el desarrollo de los vivos.

Afortunadamente para todos nosotros, se trata de una mitología popular que quizás nos encanta por encarnar la lucha de los vivos contra la muerte. Y justamente esa dicotomía universal (vida-muerte) nos lleva a pensar que en el mundo de los objetos ciertas alegorías pueden materializarse, por lo cual, anunciamos la presencia de algunos ‘walking design’ u objetos muertos vivientes que en la actualidad coexisten con nosotros en nuestros espacios.

Se trata de objetos que perdieron su esencia, su valor de uso. Su disposición para satisfacer una necesidad a las personas del entorno donde está, sencillamente, murió. Pero análogamente se mantienen en pie, conservan sus funciones naturales pero su utilidad es inerte.

En ese mundo pos-apocalíptico de los walking design, nos hemos encontrado con el popular ‘teléfono público’, un objeto con más de 100 años de historia que en buena parte de este planeta ya se convirtieron en objetos muertos vivientes. El advenimiento y desarrollo del Smartphone aniquiló el valor de uso de los teléfonos públicos confinándolos a un estado donde no dan signos evidentes de su uso y son vistos como cuerpos inactivos con los cuales no es conveniente interactuar ya que ofrecerán ciertos inconvenientes. Muchos de los teléfonos públicos asumen una apariencia cada vez más fría y pálida, con una presencia pérdida ya que, nadie los quiere, nadie los utiliza y nadie los necesita. La posesión, personalización, movilidad y multifuncionalidad de los smartphones deviene en múltiples usos que hacen que las personas los llenen de vida. Por el contrario, la propiedad pública, la inmovilidad y la mono-función comunicativa del teléfono público no resistieron el ataque infeccioso de la multifunción, y ello lo transformó en un objeto zombie.

A menos que se le aplique algún antídoto cargado de nuevos usos, el teléfono público pareciera que está en la fase previa de su extinción cayendo en la etapa de objeto muerto viviente. Es probable, en medio de esta contemporaneidad, que estemos en presencia del proceso de muerte de ciertos objetos.

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Entendemos al diseño como un asunto de comunicación. Nuestra misión como diseñadores no es solamente que el objeto funcione, sino que comunique. El Diseño Industrial es un tema de comunicación porque el objeto comunica, y si no lo hace simplemente está muerto, no tiene vida. Si un objeto no es capaz de generar polémica, también está muerto; si un objeto no es capaz de generar un juicio, o la emisión de un juicio final, no es un objeto que esté vivo. Si un objeto está incomodando en algo a la sociedad, no tiene mucho sentido.

Nosotros, los diseñadores, buscamos que el objeto invite a ser descubierto y conocido a través de sus condiciones físicas naturales y de la sucesiva utilidad que se genera.

Sin caer en las dimensiones decorativas y ornamentales, el valor de uso de un objeto debe ser atractivo para las personas, y un producto será más o menos atractivo en la medida que su capacidad para resolver los problemas esté clara.

En su tiempo, el teléfono público se conformó en un código comunicacional, fue parte de un sistema donde comunicaba la posibilidad de conectarse a distancia con otra persona. Estuvo inmerso en una realidad sistémica con todo un lenguaje comunicacional que potenció su identidad como objeto y eso lo hacía estar vivo, y finalmente, eso es lo que las personas ven y entienden de los objetos con los cuales conviven.

Las personas compran, interactúan o le interesan los objetos cuando éstos comuniquen claramente sus capacidades, o cuando exista un beneficio directo (que el objeto esté vivo). De allí surge entonces la diferencia entre atributo y beneficio. Las personas buscan un beneficio en concreto cuando interactúan con un objeto, y un beneficio va mucho más lejos que la función. Sin ahondar en principios de valor, las personas empiezan a validarse por la posesión de objetos y por las implicancias o significados que estos pueden tener. Por lo tanto, el objeto se empieza a vestir de significaciones y atributos que finalmente van a conformar un beneficio que va muchísimo más allá de la función. Por lo tanto, cuando mueren los beneficios que un objeto puede otorgar y la función permanece intacta, estamos en presencia de un walking design: un objeto muerto viviente.

Los objetos zombie están por todas partes, convivimos con ellos, nos miran, aunque nosotros no los miremos y, en ocasiones, interfieren con el libre tránsito o movilidad dentro de la ciudad. Aunque nadie les teme, lo más complejo de aceptar es que -por más que lo deseemos- no se puede realizar ningún ritual para revivirlos por completo. ¿Puedes reconocer en tu ciudad un objeto muerto viviente?

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