Las vasijas de Robinson Crusoe
La historia del náufrago en una isla desierta suele ser la crónica de la batalla entre el hombre y la naturaleza. Una lucha a muerte con un único objetivo: la supervivencia. Sin embargo, la compleja y poliédrica obra de Daniel Defoe muestra que es posible una relación diferente con el entorno, donde el ingrediente más valioso no es la utilidad, sino la belleza.
Arrojado por el mar a una remota playa, Robinson Crusoe busca infructuosamente a sus compañeros. «Nunca volví a verlos, ni siquiera encontré señales de ellos, salvo tres sombreros, una gorra y dos zapatos de distinto par» 01. Con esta concisa declaración arranca la parte más extraña y fascinante de la obra maestra de Daniel Defoe: el náufrago se ve obligado a luchar por su supervivencia en una isla desierta. No se queda afónico gritando los nombres de los marineros desaparecidos; no hay lamentos desesperados, ni lágrimas de impotencia. Tan sólo tres sombreros, una gorra y dos zapatos de distinto par. Defoe se sirve de unos pocos objetos cotidianos para expresar la soledad, la angustia y la muerte. La muerte que acecha en el mar, en la arena, entre la maleza.
Los objetos juegan un papel de extraordinaria relevancia en la narración. No solamente son imprescindibles para proporcionar alimento y refugio al desdichado náufrago, sino que constituyen el eje mismo sobre el que orbita su vida. Mientras Crusoe concibe, diseña y fabrica todo tipo de utensilios y herramientas, también está diseñando su forma de mirar y de estar en la isla: sus temores y sus esperanzas, sus frustraciones y sus anhelos, sus creencias y sus dudas. Los objetos se convierten en los auténticos protagonistas de la novela.
El diseñador industrial argentino Tomás Maldonado, uno de los principales teóricos del legendario Modelo de Ulm, exploraba en 1983 los principios del diseño de estos fascinantes objetos. En un ensayo casi desconocido, titulado Defoe e la progettualità 02, comentaba que los diseños de Robinson Crusoe nunca (o casi nunca) rendían tributo al sistema de valores y normas que suelen prefigurar la metodología del proyecto y las características del objeto diseñado. «Tiene un problema, y sólo uno: la supervivencia —explicaba Maldonado—. Lo que se encuentra fuera de su voluntad de supervivencia no se percibe como un problema. Y como Robinson es ante todo un “solucionador de problemas”, lo que no es un problema para él, en la práctica, no existe». La preservación de la propia vida ocupa el centro del proceso creativo, excluyendo todo lo demás.
En este mismo horizonte, Maldonado situaba otro principio rector del comportamiento del náufrago: sólo es relevante lo que es conveniente. «Su obsesión, al fin y al cabo, es siempre lo útil. Por eso se le ha considerado a menudo la figura emblemática del utilitarismo militante» —sostenía Maldonado. «Se comporta, en definitiva, como un depredador para el que todo es presa: cada objeto, cada fragmento de la realidad, cada fenómeno observado debe interpretarse inmediatamente en términos de utilidad». Crusoe no dedica ni un minuto a contemplar el amplio cielo estrellado del Caribe mientras medita sobre el caprichoso destino que le ha conducido a esas soledades. Aparta estos pensamientos antes incluso de que lleguen a tomar cuerpo. En la composición de su mundo material, el náufrago es «absolutamente indiferente a juicios éticos o estéticos» —explicaba Maldonado.
No obstante, el diseñador argentino evita cualquier referencia a un sencillo utensilio que prácticamente domina el entorno físico del mundo de Crusoe: una humilde vasija de barro. A pesar de que para muchos lectores esta vasija no es más que otra de las muchas herramientas que Crusoe diseña y fabrica durante su solitaria existencia en la isla, la escritora Virginia Woolf defendía otra visión de la obra de Defoe: «Antes de abrir el libro, tal vez hayamos esbozado vagamente el tipo de placer que esperamos que nos proporcione. Leemos, y cada página nos contradice bruscamente. No hay atardeceres ni amaneceres; no hay soledad ni alma. Hay, por el contrario, mirándonos fijamente a la cara, una gran olla de barro»03.
Robinson Crusoe lleva ya más de dos años en la isla cuando decide acometer la tarea de fabricar vasijas de barro para «contener aquellas cosas que requerían un sitio seco y seguro». Confiaba en que, si conseguía encontrar una arcilla adecuada, el fuerte calor del sol de aquellas latitudes secaría los recipientes hasta hacerlos suficientemente resistentes. Pero veamos la minuciosa y ordenada descripción que Daniel Defoe hace de sus tareas: «El lector se apiadaría de mí, o acaso le produjeran risa los raros procedimientos que puse en práctica para dar forma a aquella pasta, las grotescas, deformes y feísimas vasijas que hice. En fin, luego de trabajar duramente para descubrir buena arcilla, extraerla en cantidad, mezclarla antes de llevarla a casa y moldear los recipientes, al cabo de dos meses de trabajo sólo conseguí fabricar dos grandes y desgarbadas cosas que no me atrevo a llamar tinajas».
Sin embargo, la fortuna termina por sonreír al improvisado alfarero cuando descubre un pedazo de cacharro que inadvertidamente había quedado entre las llamas de su asado, perfectamente cocido, duro y del color de una teja. Inspirado por su hallazgo y después de construir un horno apropiado, Crusoe es capaz de producir todo tipo de vasijas que cumplen a la perfección la función instrumental requerida. «Su único defecto era la forma irregular y tosca, ya que carecía de medios para hacerlos mejor y trabajaba como los niños cuando hacen pasteles de barro o una cocinera que sin saber amasar quisiera hacer una tarta».
¿Cuál es la razón de la frustración de Crusoe? Tras muchos trabajos y esfuerzos consigue finalmente encontrar el modo de fabricar cacharros sólidos y resistentes. Platos, potes, ollas o tinajas satisfacen los requisitos para la supervivencia del náufrago. En ellos puede almacenar adecuadamente grano, harina o pólvora; los utiliza para degustar sus asados o sus guisos, para beber o transportar agua. ¿Por qué dedicar más atención a la forma de estas vasijas?
Robinson Crusoe no tiene ningún interés en su aspecto físico. Su chaqueta de manga corta pero de largos faldones, su gran gorro «sin forma alguna» o el resto de extraños elementos que componen su indumentaria son solo objetos útiles y cómodos. Es más, imagina con ironía las burlas de sus paisanos si llegaran a verle en la isla con tan estrafalario aspecto. Sin embargo, la forma de sus vasijas de barro es objeto de una cuidada atención. ¿Por qué Crusoe concede más importancia a la belleza de su menaje doméstico que a su imagen personal?
Podría pensarse que esta búsqueda estética responde a la satisfacción humana por el trabajo bien hecho. Como recogía Maldonado, «muchos autores han creído ver en Robinson la expresión arquetípica de la ética protestante del trabajo». Por supuesto, Crusoe trae a la isla todos los valores y los sesgos de su cultura, donde el trabajo duro, la disciplina y la frugalidad conducen directamente a la superación personal. Sin embargo, la ética puritana no explica el insensato amor a la aventura del joven Crusoe, ni la obsesiva búsqueda de la belleza que le anima a seguir explorando los vectores formales de sus creaciones en barro.
La respuesta se encuentra precisamente en la naturaleza de este material. Mientras que el resto de sus utensilios provienen directamente de los restos del naufragio o han sido ligeramente transformados utilizando sencillas técnicas de bricolaje, con la arcilla Crusoe puede diseñar totalmente sus vasijas. Ningún otro material de la isla le permite esa libertad. La piedra o la madera sólo pueden ser toscamente transformadas por el náufrago. Sin embargo, con la arcilla puede modelar, conformar, crear. Diseñando sus vasijas de barro, el náufrago puede finalmente diseñarse a sí mismo. La utilidad es sustituida por la belleza como modo de dar propósito y sentido a la vida de Robinson Crusoe: «Aparte de esto, mi experiencia como alfarero se acrecentó también y pude por fin moldear la arcilla con una rueda, lo que permitía obtener más fácilmente cacharros de buena forma, mientras que los antiguos apenas podían ser mirados».
El aventurero, que iniciaba su viaje desafiando las bendiciones de la vida ordenada, laboriosa y tranquila de la clase media británica, acaba siendo un creador de objetos bellos. Sus ollas de barro nos devuelven la delicada luz de los amaneceres, el ritmo lento del mar que refleja la luna, la algazara de las aves en los márgenes del bosque tropical… Crusoe nos regala la utilidad de lo inútil.
Virginia Woolf lo expresaba con arrebatadora convicción: «Así, Defoe, al reiterar que en primer plano no hay más que una simple vasija de barro, nos persuade para ver islas remotas y las soledades del alma humana. Creyendo firmemente en la solidez terrenal de la vasija, ha sometido todos los demás elementos a su designio; ha enlazado todo el universo en armonía».
Robinson Crusoe, rodeado de sus vasijas de barro, es un personaje central de nuestra conciencia colectiva: un diseñador obsesionado por la utilidad que lentamente, sin epifanías ni arrebatamientos, va recorriendo el camino de la belleza. Sus anhelos creativos —la soledad, la apropiación, la utilidad, la belleza, la vida— son hoy tan actuales como lo fueron hace más de tres siglos.
Referencias
01 DEFOE, Daniel (1719), The Life and Strange Surprising Adventures of Robinson Crusoe. He utilizado en todas las citas la espléndida traducción de Julio Cortázar: Robinson Crusoe, Debolsillo, Barcelona, 2005.
02 MALDONADO, Tomás (1983), Defoe e la progettualità, prólogo del libro: Daniel Defoe, Sul progetto, Electa Editrice, Milano, 1983. Puede encontrarse versión en inglés en Defoe and the “Projecting Age”, MIT Press Journals, Design Issues: Volume 18, Number 1 Winter 2002, pp. 78-85.
03 WOOLF, Virginia (1932), Robinson Crusoe, The Common Reader, Second Series, published 1935.