Historias que se tocan: Reflexiones a partir de un encuentro con Michel Bouvet
Resulta evidente que entre el diseño industrial y el diseño gráfico existen lazos importantísimos. Ya su nomenclatura nos habla de una hermandad, de una raíz y, quizás, una visión en común.
Apuntemos, para comenzar, dos similitudes esenciales.
En primer lugar, encontramos que, tanto el diseño gráfico como el diseño industrial son el producto de una intersección entre demandas de los clientes, creatividad individual y expectativas de los usuarios. Se establece el diseño como actividad articulatoria, conciliadora en el mejor de los casos.
En segundo lugar, tanto el diseño industrial como el diseño gráfico deben luchar constantemente contra limitaciones de materiales y formatos. Medidas, precios de materia prima, tiempos de fabricación y otros muchos elementos entran forzosamente en la ecuación de un proyecto de diseño (sea en detrimento o en beneficio de la creatividad).
Me gustaría añadir una tercera similitud, para luego detenerme en ella a propósito de un encuentro con el cartelista francés Michel Bouvet. Tanto el diseño gráfico como el diseño industrial, en la medida en que ambos son diálogos constantes con los espectadores/usuarios, tienen la oportunidad (y, algunos dirían, la responsabilidad) de convertirse en terrenos para la metáfora, la narrativa, el juego estético.
Michel Bouvet y las cosas
Michel Bouvet (1955) es artista gráfico, diseñador, curador, docente, viajero. Se formó como pintor en la Escuela Nacional de Bellas Artes de París, pero una “confluencia de eventos” (para utilizar la expresión de Irena Przymus en un ensayo recopilado en el libro Michel Bouvet, Vision of Design) lo llevó a convertirse en diseñador gráfico. Poco después de graduarse realizó dos viajes que probarían ser clave para su quehacer creativo: uno a Estados Unidos, donde encontró las manifestaciones de la psicodelia en pleno apogeo, con sus colores y su optimismo; otro a Praga, donde quedó impresionado con el trabajo de los diseñadores de afiches checos (en ese momento pertenecientes a la Unión Soviética). Por otro lado, después de un corto tiempo realizando trabajos a destajo, fue designado como el responsable de las comunicaciones de la Casa de la Cultura de Créteil, una de las instituciones culturales más importantes de Francia. El camino estaba trazado: ya era, por sobre todas las cosas (y como afirma con convicción), un ‘afichista’.
De su impresionante currículo vale la pena resaltar el logo y el afiche para la primera Fiesta de la Música, los posters para el Encuentro de Fotografía de Arlés, las más de 70 exposiciones que le han sido consagradas, los numerosos premios obtenidos (entre los cuales destacan el Gran Premio del Afiche Cultural otorgado por la Biblioteca Nacional de Francia y el premio Jan Lenica de la Bienal Internacional del afiche en Varsovia) y su actividad como profesor en la Escuela Superior de Artes Gráficas de Penninghen (París).
Una observación de la obra de Bouvet revela la prevalencia en sus afiches de los objetos (con la excepción de las piezas para el Encuentro de Fotografía en Arlés, en las que se privilegian a los animales, frutas y vegetales). Las cosas, ya sea que se trate de objetos cotidianos o de aquellos que reconocemos aunque no los tengamos a mano en nuestra vida diaria, pueblan la iconografía del artista. Este no es un rasgo a despreciar, sobre todo cuando el artista no se considera un amante de ellos (confiesa no tener un objeto preferido, aunque sí dijo poseer muchos libros). ¿Qué hace entonces que las cosas sean casi ubicuas en sus afiches?
Bouvet, en entrevista en su estudio, responde diciendo que la ventaja de los objetos es que ellos son símbolos claros y ampliamente identificables. Desde esa identificación parte el cartelista: él conjuga, deforma y transforma objetos cotidianos para convertirlos en metáforas, para hacerlos contar historias. Esto recuerda a algunas de las afirmaciones de John Maeda en su libro Las leyes de la Simplicidad. Maeda sostiene que el buen diseño se apoya en la capacidad de provocar una sensación de familiaridad para guiar a través de una experiencia intuitiva en la que forma y función se unen. Más adelante, el autor habla de las metáforas como plataformas a través de las cuales es posible transferir conocimientos de un contexto a otro con facilidad.
Érase una vez un objeto
Bouvet argumenta que ser cartelista es una decisión y una postura en la sociedad. Habla de la cualidad política (política en el sentido de la polis, de lo común) del afiche, que se pega sobre los muros y que habla a muchísima gente. Repite una y otra vez el tamaño de la responsabilidad de un diseñador gráfico, que debe configurar mensajes para que sean vistos por cientos, miles o millones de personas.
El mismo razonamiento puede aplicarse al diseño industrial. Incluso podría hablarse de una responsabilidad mayor: si el diseño gráfico es algo que vemos todos los días, al diseño industrial lo vivimos: lo escuchamos, lo olemos, lo manipulamos, lo hacemos nuestro. Tanto es así que los objetos se convierten en sinónimos de sentimientos y conceptos. Si conocemos que hay personajes como Michel Bouvet (o como el Maestro Santiago Pol, artista y cartelista venezolano que también ha utilizado a los objetos extensivamente en sus piezas) que se sirven de ellos para contar historias, vale la pena recordar que la cosas mismas pueden (¿deben?) ser una narrativa, una experiencia de descubrimiento y despertar de la curiosidad estética de sus usuarios.
Nota: Va un agradecimiento enorme a Michel Bouvet, quien me recibió amable y generosamente en su estudio, y a Humberto Valdivieso, a través de quien logré el contacto con el artista.
Información
Michel Bouvet
www.michelbouvet.com
Referencias
Joubert, D. y otros. (2007). Michel Bouvet, visión on design. Page One Publishing. Singapur.
Maeda, J. (2006). Las leyes de la simplicidad. Gedisa. España.
Prévost-Bault, M. y otros (2011). Michel Bouvet, afichista. Museo Departamental de la Abadía de Saint-Riquier. Francia.