El diseño oficial: una verdad fabricada
Vaya por delante, para evitar malinterpretaciones, que este escrito no pretende cuestionar en absoluto el trabajo de ninguno de mis colegas ni tampoco la estrategia de ciertas empresas. Muy al contrario, estoy completamente seguro de que son aspectos totalmente loables y meritorios. Solo deseo exponer -y criticar- la estandarización de una dinámica que acaba afectando a muchos diseñadores. Y sobre todo el hecho de que ésta se produzca con el beneplácito y con los recursos de unas entidades y agentes que deberían velar por todo el colectivo en su conjunto a favor de la disciplina y no solo en beneficio de una parte privilegiada.
Como este espacio es de carácter internacional, cabe decir que mi reflexión se circunscribe exclusivamente a la realidad que vivo como diseñador. No obstante, estoy muy seguro de que pueden extrapolarse aspectos que permitán nuevas reflexiones.
Tómese bajo estas consideraciones, por favor.
Criticamos abiertamente la intrusión que sufre nuestro sector y solemos hablar con la misma soltura y dureza de todos aquellos que, sintiéndolos por debajo de nosotros, según nuestro parecer devalúan el diseño y/o lo llevan a entornos que no le corresponderían. Ahora bien, no osamos cuestionar jamás a los que están por encima. En este sentido, parece imponerse el silencio hacía todos aquellos que nos han hecho creer que son unos maestros incuestionables o unas promesas indiscutibles.
Pero, ¿Seguiríamos encumbrando a ciertos diseñadores y empresas si supiéramos que pueden estar jugando en contra de un contexto mejor para todos los diseñadores?
Muchos son los que desconocen que algunos de los más reconocidos diseñadores pueden estar jugando en nuestra contra mediante la formulación comercial que hacen de su trabajo con la complicidad de un nutrido grupo de selectas empresas. Establecen una estrategia que bien podríamos decir que perjudica al diseño como oficio y a los diseñadores anónimos por cuenta propia que buscan que el diseño sea, ante todo, un trabajo de lo más normalizado del que extraer, de forma regular y siempre en base al esfuerzo realizado, un sueldo que les permita comer y pagar facturas.
Y es que la dinámica de trabajo de estos diseñadores, soportada por un importante y notable grupo de empresas afines al diseño más oficial, consiste en el planteamiento de ideas extremadamente superficiales (apenas algunos bocetos generales) que ofrecen a estas empresas normalmente a cuenta de royalties y que solucionan posteriormente, en el mejor de los casos, los Dptos. Técnicos internos de esas industrias, no sin un enorme esfuerzo que jamás se cuantifica. Solo importa la imagen proyectada y los resultados porque éstos son los que -de salir bien- compensan todas las carencias e irregularidades proyectuales y laborales que se han dado durante el diseño y el desarrollo del producto.
Innumerosas empresas adquieren así diseño de “autor” a coste casi 0. Todos ganan si el producto se vende o se habla de él, por lo que las empresas y los diseñadores sometidos a este juego se han asegurado el éxito del sistema, no sin la ayuda de nuestros agentes más directos, creando toda una estructura de promoción y divulgación, tanto de los firmantes como de los productos y las empresas fabricantes, que hoy se nos muestra -de forma totalmente engañosa- como la representación más oficial de todo nuestro sector.
Una estampa ante la que sucumben peligrosamente para la supervivencia del diseño como cultura de proyecto y OFICIO, nuestras asociaciones, las universidades y escuelas donde se imparte diseño industrial, los propios diseñadores y finalmente la sociedad en su conjunto, contribuyendo todos ellos en la fabricación de una realidad oficial del diseño hecha a medida.
Pero, ¿el diseño de que va? ¿Acaso no iba de que los diseñadores por cuenta propia recibían por parte de las empresas encargos directos sometidos a unas necesidades muy concretas (mercado, usuarios, costes, tecnología,…) y que, dado que se realiza un trabajo objetivo de análisis, síntesis y generación de propuestas con la finalidad de solucionar problemas éste siempre está sujeto, obviamente, al pago de dicho esfuerzo?
Entendido así, el diseño puede ser tomado como un proceso totalmente cuantificable que nos permite dibujar claramente el marco de actuación de todo un sector profesional; con sus responsabilidades, sus objetivos y sus códigos éticos. Pero parece que no, que en realidad el diseño no es del todo así de forma oficial.
Aunque podemos encontrar afortunadamente esa estructura de encargo directo y configuración de proyecto cuando se suele trabajar para empresas fuera de este circuito o en muchas de las que empiezan hoy a aplicar el diseño, cuando los diseñadores llaman a las puertas de ciertas empresas (para las que paradójicamente la gran mayoría de los diseñadores deseamos proyectar) suelen decirnos de forma rotunda que no abonarán un euro por el trabajo realizado. ¿Por qué habrían de hacerlo?, tienen a su disposición una larga lista de diseñadores, con valor de rúbrica, dispuestos a trabajar para ellos “sin apenas coste alguno de proyecto”.
Entonces es cuando se entienden perfectamente las cláusulas del contrato que tienes que firmar para vender tu alma de diseñador. Te hablan, normalmente entre líneas, de una realidad ajustada a sus intereses, de lo que puede potenciarse tu nombre, de lo importante que son ellos y lo que representan para el diseño. Ellos son los jueces de nuestra profesión y sus opiniones son sentencias. Te seducen con la idea de que junto a ellos formarás parte del más exquisito elenco de diseñadores. Tú a cambio solo tienes que trabajar según su formulación sin tener nada seguro y que si acaso, cuando les guste una idea/forma que no tienes porque solucionar más allá de un planteamiento muy superficial y subjetivo, ellos se embarcarán en su fabricación y en el que caso de que se venda te pagarán un porcentaje del beneficio que les rente. Así interpretan, viven y respiran el diseño.
Reconozco que hasta puede ser tentador si uno cree ciegamente en sí mismo, es joven o estudiante, dispone de tiempo libre y dinero pero, en la mayoría de los casos en los que los diseñadores necesitan asegurarse un salario por cuenta propia, creo que no pueden permitirse el lujo de competir en esas condiciones ni regalar el trabajo a golpe de: “Haga usted lo que quiera y me lo presenta”, “me gusta”, “no me gusta”, “vuelva usted con otras cosas mañana o mejor envíelas por mail”, “ya le llamaremos” Hasta que un día, si deciden que no eres un perfil que poder explotar, dejan de querer ver propuestas aunque sean gratis y desapareces del circuito.
Aunque no suela aflorar, ésta es una realidad de mercado fabricada específicamente por unos pocos para el beneficio también de unos pocos pero que injustamente acabamos sufriendo muchos y que a la postre influye negativamente en el diseño como disciplina puesto que fulmina completamente el proceso como eje central del proyecto de diseño.
Lamentablemente son cada vez más las empresas y los diseñadores que, seducidos por esta imagen del diseño (a veces no tienen otra), se apuntan a esta dinámica de mínimos, desde un punto de vista proyectual. De esta manera, cada día también es mucho más difícil para los diseñadores abrirse camino por cuenta propia en un mundo en el que el proyecto se ha reducido oficialmente a un dibujo sobre un A4 y un nombre. Y en el que las empresas, acostumbradas a no pagar más que royalties vs logros, no cederán al abono de proyectos. Mucho menos si éstos provienen de unos “desconocidos diseñadores” por muy bien que defiendan y justifiquen objetivamente que diseñar está a otra profundidad de navegación en la que cobrar el trabajo no es más que el justo retorno económico que viene a compensar el tiempo derivado y los conocimientos aplicados en los azarosos procesos proyectuales llevados a cabo.
Nuestra interpretación del diseño y las obligaciones que muchos creemos tener como diseñadores no logran traspasar el cristal de esta esfera oficial hecha a medida. Ellos son oficialmente el diseño en carne, hueso y alma. Y lo son, vaya si lo son… Muy a pesar de unos y muy por fortuna de otros.
Delante de este panorama pienso que, como colectivo, deberíamos luchar por lograr un espacio con otra realidad del diseño en la que podamos disponer todos de las mismas oportunidades y en la que se valore el trabajo por encima de los resultados. Un entorno laboral, porque al final no somos más que trabajadores, en el que los diseñadores pudiéramos desempeñar nuestra labor dignamente y disponer de un futuro más tranquilo.
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(Reflexión profesional)
Nota: Las fotografías que acompañan el texto son meramente de carácter ambiental y no guardarán relación directa con alusión alguna.