El Diablo no está en el Diseño

[imagen:  Andrew Beatson en Pexels]

Los diseñadores no son esos seres diabólicos que han empujado a nuestro mundo hasta el borde del colapso. Al contrario, el diseño puede aportar herramientas conceptuales y metodológicas de indudable valor para explorar los posibles escenarios futuros y afrontar los retos que nos aguardan.

«Fui a comprar unos zapatos y volví con Life On Mars», escribía David Bowie recordando la creación de este icónico tema en 1971. «El espacio de trabajo –relataba– era una gran habitación vacía con un diván, un biombo art nouveau comprado a precio de ganga (William Morris, así decía a cualquiera que me preguntara), un enorme cenicero desbordado y un piano de cola». Cincuenta años más tarde, esta maravillosa y enigmática canción sigue siendo uno de los éxitos más reconocibles y apreciados de la historia de la música.

El año 1971 fue especialmente relevante para la creatividad y el diseño. Hartmut Esslinger, fundador de Frog Design, creaba para la empresa alemana Wega la primera serie de televisores en color completamente fabricada en plástico. Dieter Rams y Dietrich Lubs diseñaban Phase 1, el primer reloj despertador de Braun, que marcaría el inicio de una extensa y fascinante serie de relojes. Raymond Loewy rediseñaba, también en 1971, la marca de gasolineras Shell para que fuera fácilmente reconocible en la lejanía y en la oscuridad. Y Richard Buckminster Fuller colaboraba con una constelación de intelectuales, científicos y arquitectos en el diseño de una vivienda de máxima eficiencia energética que rotaba con el sol.

Sin embargo, esta explosión de creatividad también contó con voces críticas muy autorizadas que alertaban sobre el lado oscuro del diseño industrial. Precisamente en 1971, el diseñador, antropólogo y profesor, Victor Papanek publicaba “Diseñar para el mundo real. Ecología humana y cambio social”, una obra realmente influyente que señalaba la responsabilidad ética del diseño. Papanek creía firmemente que el oficio de diseñar era el origen de las desigualdades sociales y de los desastres ecológicos. Su duro alegato al inicio del libro acusaba a los diseñadores de olvidar las consecuencias de sus creaciones sobre la sociedad y el planeta:

«Hay profesiones que son más dañinas que el diseño industrial, –escribía– pero muy pocas. Y posiblemente solo haya una profesión que sea más insincera. El diseño publicitario, dedicado a convencer a la gente para que compre cosas que no necesita con dinero que no tiene para impresionar a personas a quienes no les importa, es quizá la especialidad más falsa que existe hoy en día. El diseño industrial, al confeccionar las cursis estupideces pregonadas por los publicistas, logra un merecido segundo puesto.»01

La profunda herida que sufrió el diseño en aquel año 1971 nunca ha cicatrizado.

Casi 50 años después, el diseñador Mike Monteiro, cofundador y director de diseño de Mule Design, publicaba Ruined by Design. How Designers Destroyed the World, and What We Can Do to Fix It (2019). Este sorprendente título dejaba bien claro que, en opinión del autor, los diseñadores hemos arruinado la vida de la gente, envenenado a la sociedad y empujado al medio ambiente hasta el umbral del desastre. Tomando como referencia el libro de Papanek, Monteiro mostraba cómo los diseñadores nos hemos centrado en el éxito financiero o en la cuota de mercado, ignorando las consecuencias sociales o medioambientales de nuestro trabajo. A través de una serie de ejemplos de grandes corporaciones, como Facebook o Volkswagen, Monteiro trazaba cuidadosamente el estigma de la infamia en la piel de los diseñadores.

Parece que el diseño se ha identificado finalmente con las palabras de Bhagavad Gita que ya citara Oppenheimer tras la detonación de la primera bomba nuclear: «Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos».

Nada más lejos de la realidad.

A lo largo del tiempo, el diseño ha asumido muchos significados distintos en contextos muy diferentes. Sin embargo, siempre ha situado a las personas en el centro de su proceso creativo y ha mostrado un decidido compromiso con el medio ambiente. Los diseñadores siempre hemos tenido claro que las personas son el origen y el destino de nuestras propuestas; personas reales, con sus temores y sus deseos, con sus frustraciones y sus sueños. La tarea más importante, el eje que articula toda la actividad de los diseñadores, orbita de manera iterativa entre tres elementos realmente importantes: dar sentido a nuestra vida en común, construir narrativas emocionantes y cuidar nuestro planeta.

La sostenibilidad siempre ha formado parte esencial e indivisible del diseño. Hace 170 años, el diseñador, escritor y activista británico William Morris, padre del movimiento Arts & Crafts, ya se mostraba profundamente convencido de la necesidad de integrar los aspectos sociales, económicos y ambientales en sus creaciones. Kelmscott Press, la empresa editora que Morris fundara en 1891 encarnaba los valores de durabilidad y sostenibilidad que han empapado desde entonces toda la historia del diseño. Aunque sigue siendo más conocido por sus hermosos patrones vegetales, William Morris es considerado actualmente un visionario medioambiental y un activista social realmente adelantado a su tiempo.

Los diseñadores no son esos seres odiosos que han arruinado el mundo. El descrédito de la profesión no pasaría de una mera ocurrencia, pretendidamente ingeniosa, si no tuviera un efecto mucho más perverso: niega el valor del diseño para imaginar futuros. Lamentablemente, todavía hoy se cree que el diseño es la causa de que los océanos estén repletos de desechos de plástico, en lugar de considerarlo un instrumento para limpiarlos. Sin embargo, han sido los impactos destructivos de la actividad industrial humana y, sobre todo, los sistemas de valores culturales que sustentan estas prácticas, quienes nos han conducido hasta el umbral del colapso social, económico y ecológico que tenemos por delante.

No, el diseño no es el destructor de mundos. Al contrario, puede aportar herramientas conceptuales y metodológicas de indudable valor para explorar escenarios futuros, proponer visiones alternativas y negociarlas en el seno de una comunidad. Como demuestra un creciente número de proyectos en marcha por todo el planeta, el diseño puede desempeñar un papel determinante en el desarrollo de prácticas regenerativas que puedan reparar el daño causado en nuestra incesante búsqueda del crecimiento económico. Los diseñadores deben ser, sobre todo, activistas.

Parece evidente que la complejidad de los retos que se avecinan va a requerir la colaboración de profesionales de muchos campos de conocimiento. En este contexto, el diseño tal vez pueda transformarse en una meta-disciplina transversal, pero sería insensato tratar de manejar un recurso tan importante sin contar con la contribución de quienes lo cultivan y lo hacen crecer cada día. Los diseñadores debemos seguir construyendo nuevas herramientas para explorar nuevos territorios, pero también debemos ser cada vez más conscientes de que el verdadero desafío serán las preguntas éticas que tendremos que responder a medida que avanzamos: ¿qué futuro queremos crear entre todos? o, lo que tal vez sea más importante, ¿qué futuro queremos tratar de evitar?

La imaginación sigue siendo el arma más poderosa del diseño contra la pesadumbre del futuro.

Oh man, wonder if he’ll ever know
He’s in the best-selling show
Is there life on Mars?

Referencias

01 – PAPANEK, Victor (1971), Diseñar para el mundo real. Ecología humana y cambio social, Título original: Design for the real world. Primera edición en castellano: 1977. Revisión y corrección de la traducción original: Raquel Pelta Resano (Monográfica). Pol-len edicions (El Tinter, SAL), Barcelona, 2014. p. 21.

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