Apunte sobre diseño: elogio a la mediocridad

(Popular Mechanics, June 1936, p. 218.)
Las primeras (creo que también las últimas) charlas y conferencias de diseño a las que he asistido destacan entre sus oradores a diseñadores que ponen la palabra innovación, futuro, 4.0, etc… para hablar de su tarea o de la tarea de otros diseñadores que trabajan para el futuro, y que serán los que nos llevarán de la mano a un futuro auspicioso. Títulos similares se encuentran en la mayoría de las publicaciones de “diseño”, no solo hablando del futuro, sino también de “la o él número uno”, “el prestigioso”, “él diseñador que triunfa en el exterior”, “la revolucionaria”. En las aulas pasa algo similar, he visto ejemplos que cambian el orden de la humanidad… en historia, que creo es el ámbito más acertado, pero también en las materias proyectuales.
Como parte del ecosistema del diseño industrial, como profesional y docente, comencé a prestarle atención a lo que produce ser el receptor del mensaje en ésta manera particular de abordar la disciplina en colegas y futuros profesionales. La recepción de éstos mensajes comienza siendo eufórica y motivadora, para pasar a una instancia más prudente con preguntas como: ¿cómo será el contexto para poder pensar eso?¿tendré la capacidad para pensar así?¿de dónde saco capital para poder “largarme”? y quizás la última fase es la que más llamó mi atención, ¿seré menos inteligente?¿tendré menos capacidad?
Ver cómo ciertas ideas pueden generar esa oleada de sensaciones y preguntas me incomodó. Tratando de reflexionar sobre esa incomodidad, desde hace un tiempo vengo pensando en escribir lo que para mí es un elogio. Empecé a plantear esa incomodidad a colegas, amigos, un ámbito seguro donde se que eso va a ser entendido de la manera que yo imagino y no mal interpretado.
En una charla con ese amigo que sabe interpretar tus pensamientos cuando no salen las palabras, me escribió:
«Uno se pasa la vida esquivando la mediocridad como si fuera un charco en la vereda, con esa vergüenza absurda del que cree que la única forma de vivir es saltando alto».
Javier Ferreyra, Barcelona 2025.
Esa frase forma parte de una charla que organizó mis ideas incluso hasta mejor de lo que puede hacerlo ChatGPT.
Recopilando. Nos enseñan, nos muestran y escuchamos versiones del mundo donde el diseño es una obra humana que modifica el orden de lo establecido para cambiarlo todo. O versiones donde ese mundo empieza a tener repetidas soluciones a repetidas necesidades, por ejemplo sentarse cómodamente.
De un tiempo a esta parte vengo pensando repetidamente en ésto y en el efecto que tiene sobre el individuo en proceso de formación (o sea todos, o por lo menos los que a mí más me interesan, esos que nunca dejamos de aprender) que el discurso general sobre el diseño se ocupe de lo “extraordinario”.
¿Qué pasa cuando no somos extraordinarios? ¿Qué pasa si no queremos ser extraordinarios?
Buscar lo extraordinario, mirando lo extraordinario nos hace olvidar de los problemas que tenemos alrededor, los inmediatos.
La mirada del diseño industrial se ocupó durante muchos años de “encontrar problemáticas”, donde poder accionar. No solo debíamos abordar problemas sino que también debíamos (o debemos) ser como incansables detectives que buscamos un lugar donde poder ejercer al 100% nuestra capacidad. Esa mirada fue cambiando un poco, quizás a partir de María Sánchez que siempre aclara que nuestra visión debe dirigirse a la detección de oportunidades. Esa mirada más bondadosa sin ser piadosa nos permite acercar la mirada, no mirar al horizonte como arriba de un carajo, sino que nos hace mirar a nuestro alrededor, es ahí donde creo que nos falta abrazar “la mediocridad”.
¿Qué pasa cuando en lugar de proyectar un elemento para sobrevivir a catástrofes globales, proyectamos para mejorar el trabajo de un ladrillero que se despierta a las 05:00 am para poder llegar a producir en jornadas de 14 horas, un volumen decente que le permita vivir, o el de una familia que se dedica a la agricultura de manera artesanal?
Ésta visión no pretende ser crítica, sino reflexiva. ¿Por qué pensamos en cómo debe moverse un ciudadano del futuro con un vehículo a batería en una ciudad futura? Pero no nos damos el lugar y el espacio para pensar cómo puede levantar una bolsa de cemento un albañil sin romperse la espalda en la obra que está frente a nuestra casa.

Si miramos mucho hacia adelante corremos el riesgo de perder de vista lo que pasa a nuestro alrededor, no perdamos esa oportunidad de no ser los héroes del futuro, y ser un diseñador ordinario. Quizás debamos abrazar la mediocridad de lo ordinario; y encontrar ahí un lugar placentero donde no es necesario cambiar el rumbo de la humanidad sino facilitar la vida de alguien cercano.
«Ser mediocre, después de todo, no es más que elegir el justo equilibrio entre el esfuerzo y la pereza, entre el deseo y la calma. Es disfrutar lo cotidiano sin convertirlo en una hazaña, es encontrar belleza en la repetición, en el día común, en la rutina sin aplausos».
Javier Ferreyra, Barcelona 2025.
En definitiva, quizás ha llegado el momento de despojarnos de la exigencia constante de la innovación trascendental y dirigir nuestra mirada, con la misma pasión y rigor, hacia la mejora de lo cotidiano, así como un modesto heroísmo de esos que no necesitan laureles ni discursos.
Pensar que tal vez la verdadera innovación no reside en la disrupción constante, sino en la capacidad de hacer lo ordinario extraordinariamente bien. Es precisamente en la solución de los problemas tangibles de quienes nos rodean, donde puede residir una profunda y silenciosa revolución.
En éste texto propongo abrazar esa “mediocridad” de lo tangible, de lo cercano, como un acto de liberación. Quizás en ese gesto humilde, reside una forma de diseño profundamente humana e inusualmente valiosa. Allí, en la resolución de los problemas reales y cercanos, puede florecer un diseño con una resonancia mucho más profunda y humana.
Así, la invitación no es a conformarse, sino a reorientar y ampliar el foco, porque como dijo Javier en esa misma charla:
«Hay una paz escondida en hacer lo mismo todos los días, en preparar el mate con la misma temperatura de oído, en volver por la misma calle a la misma hora y casi siempre con la misma canción. Como si la vida, en su afán de empujarnos al espectáculo de lo nuevo, se olvidara de que también hay poesía en lo que no cambia» .