Secadores de pelo: suicidio con Aire Caliente
Un objeto cualquiera es capaz de revelar algunas pistas acerca de su procedencia y probablemente de su significado. En su superficie están contenidos los elementos que acusan su posible funcionamiento. Claro que, en la medida que objetos se han informatizado y que han ocultado sus piezas internas dentro de una caja negra, las formas exteriores han pasado a jugar con el misterio de su función principal. La condición comunicativa que poseen los objetos materiales, nos permiten reconocer algunas de sus características y cualidades. Sin embargo, es a través de sus calidades que podemos establecer su valor real y posiblemente hasta revelar su significado estético.
Todos los objetos que están presentes en la realidad cotidiana, que pertenecen a la ¨comunidad material” y que comparten situaciones comunes con las personas, acusan a gritos su presencia inadvertida y constante. Así, un objeto tridimensional, con el que somos capaces de realizar tareas bastante complicadas, no admite que le hagamos un análisis detallado, o algún cuadro comparativo de sus cualidades, o establecer relaciones complicadas en relación con su forma. La presencia de la interacción ocurre de manera fluida entre las personas y los objetos que las circundan. Una relación casi obligatoria, sin cuestionamiento constante de esa presencia o por puro fetichismo tecnológico.
Sin caer en el hecho simple y casi obvio de explicar que en cada objeto o ¨detrás de las cosas¨, se definen claramente los actores que intervienen en su existencia: de un lado, un diseñador y una industria, y del otro, un usuario, es posible tipificar la estructura funcional básica de cada producto, dentro de esa dualidad. Así, se pueden establecer el techo tecnológico de los productos, verificar el estado de la técnica y además hacer una lectura sobre la estética.
De manera individual, el uso de las cosas, de todos los usos y de todas las cosas, parece establecer una atención especial en esta relación. Para realizar una operación o ejecutar una tarea, con el uso de una herramienta o un dispositivo, las personas dejan que estos las obliguen a conducirse en torno a una actividad, dentro o hacia afuera de su topografía. Este direccionamiento, intencional o no, define cómo se usa cada producto y recrea el ambiente estético de la actividad que se genera. — Son las siete de la mañana. El sonido agudo e infernal de una especie de turbina, proveniente del interior de las habitaciones, corta en seco el sueño del que todavía dormía. Este, sin conseguir entender de donde proviene el motivo de su cambio de estado, se percata de la figura que aparece diagonal a las puertas del baño: la de una mujer apuntando dócilmente una poderosa arma contra su cabeza. Es la imagen del suicidio con aire caliente —.
Todas las mañanas, en miles de residencias, se encienden los secadores: objetos sencillos y ruidosos, usados para resolver situaciones con la cabellera. Estos aparatos forman parte del cotidiano de las personas que secan el cabello, por razones diversas, que utilizan electricidad como energía para calentar el aire que genera un conjunto de aspas y que atraviesa un cañón para direccionar el aire.
Externamente, cualquier secador de cabello requiere de un volumen para alojar y disponer de una turbina, una resistencia eléctrica, además de los controles o reguladores que ofrece, espacio para ser sujetado y un cable de energía. Esto resulta en un volumen mínimo dentro de una forma diseñada para dirigir aire caliente al cabello y que es llevada muy cerca de la cara en el momento de usarlo. No deja de ser fuerte esa imagen de apuntar a la cabeza con un objeto que parece un arma. Posiblemente un error en el entendimiento de la relación entre la gente y las cosas.
Grandes empresas como Philips han explotado de manera avasallante el mercado internacional de electrodomésticos y los secadores de pelo portátiles representan un importante foco de sus acciones de diseño. De cualquier manera, el avance de la técnica en la segunda mitad del siglo XX no ha incorporado mayores cambios en el funcionamiento de estos, ni se han producido avances importantes en las formas ni en las tipologías.Todavía un secador de pelo utiliza el mismo mecanismo técnico desde que apareció en el mercado. A principio de los años ochenta, el director de diseño de esta empresa solicita a Alexander Groenewege, diseñador holandés, algunas propuestas para la línea de secadores de cabello que esa empresa fabricaría en los años noventa. Una de las alternativas interesantes contenía la imagen de una nueva interpretación en la forma de los secadores. El principal aporte de esta idea estaba en despojar el artefacto de su forma tradicional de arma y transformarla en una especie de abanico. Una de las intenciones del diseñador era utilizar el viento como fuente principal del diseño y que pudiera ser comprendido por un público internacional.
Comenzar a diseñar, partiendo de un objeto que produce aire caliente es muy diferente a utilizar el viento como hilo conductor del proyecto. De esta manera, la metáfora de las palmas del Caribe, los abanicos españoles o las costumbres de las geishas, alejan el objeto del arquetipo bélico. Una tipología que fue utilizada en 1964 por el diseñador alemán Reinhold Weiss en el Hair Dryer – model HLD 2 para la Braun AG y que forma parte de la colección permanente del MoMA en NYC.
Aunque se asocie el secado del pelo en esta concepción, con un artefacto que produce viento sobre el rostro, este tipo de aproximación crea importante salto en la forma del objeto.
En esta propuesta, propia del diseño de bienes de consumo, también se pretende resolver algunos males que aparecen en este tipo de productos, como el diseño de piezas accesorias que aumentan la variedad de los servicios que ofrece y que terminan por perderse en algún momento. Por otro lado, es cierto que algunos objetos modernos han sido blanco de las acciones posmodernistas, donde se presume de una falta de anonimato en relación a lo que estos representan. En muchos casos los objetos son simplemente reemplazados por la palabra, en otros, por la imposibilidad de transmitir una realidad objetual clara y honesta se cae en un anacronismo de materiales y formas. Poder establecer los límites de la comunicación de los objetos, sin especular en relación con su significado, podría legitimar los intentos en la búsqueda de productos novedosos.
Las apelaciones meramente formales en el desarrollo de productos son un resultado miope, que parte de una necesidad superficial y no de una novedad en términos de innovación de diseño. Especialmente cuando se habla de productos que han alcanzado un nivel de madurez y que un pequeño salto cualitativo podría significar la entrada a nuevos mercados y el resultado de una cultura material reinterpretada.
Lejos de los aspectos teóricos en relación con los objetos en la vida cotidiana, las aproximaciones dentro de la estética de los productos industriales están coartadas por la perseverancia en la interpretación de las formas y de los materiales. El lastre de las formas es una robusta barrera para la concepción de productos nuevos. Pero, pudiera decir que, mejores productos serán aquellos que tengan algo realmente significativo que decir o comunicar.
Información
Artículo publicado en la sección Arquitectura y Diseño del Diario Economía Hoy. 1997.
Serie de artículos publicados entre 1996 – 1998
Derechos Reservados © Ignacio Urbina Polo
“La primera máquina para secar el cabello apareció en Francia en 1890, dentro del salón de su creador, Alexandre Godefoy. En realidad, era una aspiradora adaptada para invertir su resultado. La bomba de aire de la aspiradora crea un vacío que absorbe el polvo, y el movimiento del motor calienta los gases de su interior. Godefoy quitó el tubo de la entrada y lo colocó en la salida de aire caliente. Había nacido el secador eléctrico. Pero estos aparatos no se popularizaron hasta 1920, con artilugios más pequeños compuestos por un ventilador y una resistencia que calentaba el aire. En los años 30 los secadores de casco invadieron las peluquerías, pero sus gases estropeaban el pelo. A mediados de los 50, las carcasas de baquelita irrumpieron en el mundo de la estética y por fin aparecieron los secadores de mano”. (vía Muy Interesante)