La anorexia del objeto: decrecer o desaparecer
A esta alturas resulta demasiado riesgoso, tan solo echando un vistazo hacia atrás en la historia de los últimos cien años, vaticinar la desaparición de un medio o de un objeto asociado al mismo. El surgimiento de la radio supuso un peligro para la existencia de las publicaciones periódicas impresas que nunca se concretó, análogamente la emergencia de la televisión supuso en su momento una amenaza -que también resultó infundada- tanto para la radio como para el cine (que afortunadamente para competir experimentó, durante los años cincuenta, la eclosión de la pantalla ancha con el formato Cinemascope). Durante los ochenta se comenzó a hablar de la desaparición del papel en la oficina con el entonces nuevo protagonismo de la computadora, incluso se acuño la expresión paperless office; la salud de los fabricantes y comerciantes de papel no pareciera sin embargo haber mermado, muy por el contrario. Cada vez que han surgido estos presuntos desafíos solo ha significado que el medio supuestamente desplazado se afiance mejor en su verdadero nicho y con un propósito mas consubstanciado con su auténtica naturaleza y pertinencia, no solo sin desaparecer, sino proyectando un mayor alcance.
Y sin embargo los objetos han ido desapareciendo, si bien en otro sentido enteramente distinto. El caso del televisor es muy ilustrativo, en los cincuenta comenzó como un mueble con una pantalla relativamente pequeña, luego fue la caja con patas de una pantalla mas grande, la pantalla siguió creciendo en la misma medida que la caja decrecía. Hoy en día son unas planchas de algunos centímetros de profundidad con una pantalla ocupando casi en un cien por ciento la cara frontal. El objeto como lo ilustra este caso, pero sin ser algo exclusivo de este caso, ha ido perdiendo masa paulatinamente, pero no presencia, casi podríamos anticipar la llegada de una gran pantalla inmaterial en un futuro no demasiado lejano.
Todo lo anteriormente esbozado es un breve marco referencial ya que el objeto de interés, para los efectos de este texto, es la cabina telefónica. Desde muy temprano la cabina o caseta telefónica se convirtió en una presencia, urbana y extraurbana, cuya frecuencia en el paisaje delataba el nivel de civilización de su ubicación, incluso cuando era remota (particularmente quizás cuando era remota). Ella se ha dado básicamente en cuatro configuraciones morfológicas que tienen mucho que ver con la relación cultural, y particularmente climática, del entorno que las produce. Por un lado están los edículos unipersonales con puerta que brindan cobijo y aislamiento acústico al usuario, es el caso arquetípico de la famosa cabina telefónica roja británica, la K6 (quiosco seis) de 1935, diseñada por Sir Giles Gilbert Scott; y es el caso también de la caseta de Metrópolis en la que Clark Kent se transformaba en Superman hasta la versión fílmica de 1978 con Christopher Reeve, cuando para sorpresa del superhéroe el modelo había sido cambiado.
Tanto en Italia como en Brasil abundan unos muy afortunados ejemplares precisamente de este otro tipo, una suerte de carenado protector para artefacto y usuario, sin envolver completamente a quien llama, solo arropando el extremo anterosuperior del cuerpo. Las de Telecom Italia son de acrílico de lámina gruesa cortada, doblada y ensamblada con pernos de acero inoxidable, lo que les otorga una transparencia de talante retrofuturista, además de un marcado y refrescante contraste con el contexto histórico que brinda por doquier ese país. En el caso particular de las brasileñas, adoptan una configuración de concha abierta en forma de campana; el modelo es conocido como orelhão, vocablo portugués derivado de oreja que se podría traducir como orejón. Este diseño fue introducido a comienzos de los setenta por la CTB (Companhia Telefônica Brasileira) y es la creación de quien por entonces conducía su Departamento de Proyectos, la arquitecta brasileña nacida en Shanghai, Veronica Chu Ming Silveira. Su éxito ha sido tal, que hoy en día su nombre significa, para cualquier diccionario de ese idioma, cabina telefónica exterior, y ha sido exportado a, entre otros países, Mozambique, Angola, Perú, Colombia, Paraguay, y China. Finalmente están por un lado, aquellos teléfonos públicos que se presentan con una pequeña caparazón protectora solo para el artefacto, como la versión para interiores del orelhão, la orelhinha (orejita), y por otro, aquellos casos donde el artefacto mismo se funde con el poste que lo sostiene y se convierte en una presencia autónoma capaz de resistir los elementos ambientales. Estos últimos casos suelen presentar ejemplos específicos muy atractivos sin ser, por obvias razones, demasiado considerados con el usuario.
En Caracas la telefonía pública presentó hace alrededor de una década un auge tal, que las cabinas comenzaron a aparecer en batería y con silla incorporada, en los emblemáticos centros de telecomunicaciones de diversas operadoras, ubicuos objetos de manufactura industrial parecidos a vagones estacionarios que se daban en locales bajo techo de centros comerciales o en plena vía pública. Sin importar cuanto se multiplicaran las unidades, eran palpables por doquier largas colas para acceder a una caseta. Pero pareciera que ese fue el caso proverbial del auge que precede a la decadencia, la mejoría antes del fallecimiento, y aquí es cuando me atrevo, no sin temor y cautela, a invocar el tema de la desaparición del objeto, esta vez sin aludir a un fenómeno de reducción de su bulto, sino en un sentido completamente literal.
Por alguna misteriosa razón en algún momento estos centros comenzaron a desvanecerse tan rápido como en un principio se multiplicaron y con ellos los teléfonos públicos en general; ¿será un caso de negligencia de las operadoras que prestan el servicio público?. Albergo dudas al respecto, presumo probable que este fenómeno tenga lugar también en otras latitudes.
Probablemente la total ubicuidad del teléfono celular es la fuente de un desplazamiento que esta vez no es presunto ni ficticio; y sin embargo el teléfono celular ya era una realidad operativa durante el auge de los centros de telecomunicaciones, la explicación para esto podría ser que hace una década aún no se encontraba saturado este mercado. Sería interesante poder contar con estadísticas en este sentido que constataran o refutaran estas impresiones que no son exclusivas de quien escribe. Por el momento, quedan en las aceras de esta ciudad ciertas presencias residuales, tristes o simpáticas según el gusto, pintorescas sin duda, donde se funde lo desplazado con el usurpador en un fenómeno de diseño sin autor: unas mesitas de plástico con sombrilla donde aguarda sentado el propietario de tres teléfonos móviles (uno por cada operadora local) a que algún transeúnte sin celular quiera hacer una llamada desde la calle.
totalmente de acuerdo